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Actividad que apunta a acercar a los niños al Museo, creándoles conciencia y despertando su interés por el Arte. Se programan encuentros en el Museo y fuera del mismo, llevando a la práctica diferentes propuestas: actividades lúdicas y plásticas, entrevistas con artistas, recorridos por la ciudad en busca de obras de arte y del legado de Fernando Bonfiglioli, etc.
El nombre del proyecto surge del deseo de que las nuevas generaciones se apropien del espacio museal y cada uno de los niños apadrine en el futuro una obra de la colección del museo, conozca su historia y pueda compartirla con los demás.
Paralelamente se trabaja en escuelas de Villa María de sectores más carenciados con los mismos objetivos, acercar el arte a los niños y que el arte se desarrolle en ellos.
Paralelamente se trabaja en escuelas de Villa María de sectores más carenciados con los mismos objetivos, acercar el arte a los niños y que el arte se desarrolle en ellos.
FESTEJO DEL 41º ANIVERSARIO DEL MUSEO.
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.En la ocasión, el grupo de jóvenes graffiteros de la entidad plasmó sus trabajos en paneles mientras que los "Guardianes del museo" presentaron la muestra de obras que realizaron sobre la serie "Ecos de carnaval" de la artista Martha Chiarlo. Actuó la Orquesta Municipal de Cuerdas dirigida por Alberto Bacci.
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NOCHE DE ENSUEÑO EN EL MUSEO
La propuesta, denominada “Una noche de ensueño” estuvo apuntaba a que los chicos se enamoren y sueñen con el arte. En plena penumbra, acompañados con sus linternas, los chicos pudieron compartir con los personajes de las obras colgadas en la sala de exposiciones permanentes una noche mágica.
Carta del papá de uno de los guardianes:
Noche de ensueño
Cuando le avisaron que podía formar parte del grupo de los guardianes del museo corrió a avisarle a su mamá que había conseguido un trabajo. Abril, con solo seis, sería custodia, junto con otros niños, de la obra de algunos creadores de arte.
A los pocos días yo mismo recibí la primera carta para mi hija, la novel guardiana. Era una invitación. El primer encuentro de la logia de minúsculos sería el 14 de noviembre en ese mismísimo lugar en el que las bailarinas; los payasos malabaristas; el viejo que hacía años arrastraba un pollo, pobre pollo; la doña costurera que casi no veía nada pero se esmeraba en el traje de novia; en fin, todos esperarían desde los cuadros a los que habían sido destinados por designio de los pinceles, la impertinencia ingenua de los que vendrían a verlos danzar, hacer malabares más osados y coser un vestido de novia para el suspiro.
Obviamente esa noche, que me parece llegó antes, me llevó de apuro por las calles de Villa María hasta las puertas del museo, hasta ese entonces para mí mausoleo, con mi hija diciéndome que más rápido papá, que pasá el camión, que no se que había que buscar de paso. Pero llegamos a horario.
En la puerta estaban Cecilia Finello, Patricia, de quien no recuerdo el apellido y Fernando Bonfiglioli montado en la bicicleta de siempre; claro él era el dueño del lugar.
Pasen, pasen, gracias por venir, de nada, pónganse cómodos, en donde, en esas mantillas que están en el piso, apague las luces, enciendan las linternas, ¡ahí viene!, ¿quién?
El hada del museo.
Esa noche llovieron pompas y gotas plateadas largas que no mojaban; los peces nadaron en el aire esquivando las luces de los niños que les apuntaban con las linternas; el vestido de novia quedó terminado; y Fernando festejó las gracias de los malabaristas sentado al lado de abril y de Sofía, mi otra hija, la de tres, que no necesitó invitación para tanta alegría.
Y cuando llegó el final, Fernando, el de la bicicleta gastada, y yo, el otro Fernando, porque así me llamo, volvimos a nuestros destinos con la panza llena de risa y algunos sándwiches de miga que repartieron Patricia y Cecilia. Del hada no sé que fue porque no la vi partir. Aunque supongo ahora, el día después, que se debe haber quedado en el museo con los payasos; la costurera; el viejo y el pollo que ahora anda suelto picoteando un maíz pintado.
Cuando le avisaron que podía formar parte del grupo de los guardianes del museo corrió a avisarle a su mamá que había conseguido un trabajo. Abril, con solo seis, sería custodia, junto con otros niños, de la obra de algunos creadores de arte.
A los pocos días yo mismo recibí la primera carta para mi hija, la novel guardiana. Era una invitación. El primer encuentro de la logia de minúsculos sería el 14 de noviembre en ese mismísimo lugar en el que las bailarinas; los payasos malabaristas; el viejo que hacía años arrastraba un pollo, pobre pollo; la doña costurera que casi no veía nada pero se esmeraba en el traje de novia; en fin, todos esperarían desde los cuadros a los que habían sido destinados por designio de los pinceles, la impertinencia ingenua de los que vendrían a verlos danzar, hacer malabares más osados y coser un vestido de novia para el suspiro.
Obviamente esa noche, que me parece llegó antes, me llevó de apuro por las calles de Villa María hasta las puertas del museo, hasta ese entonces para mí mausoleo, con mi hija diciéndome que más rápido papá, que pasá el camión, que no se que había que buscar de paso. Pero llegamos a horario.
En la puerta estaban Cecilia Finello, Patricia, de quien no recuerdo el apellido y Fernando Bonfiglioli montado en la bicicleta de siempre; claro él era el dueño del lugar.
Pasen, pasen, gracias por venir, de nada, pónganse cómodos, en donde, en esas mantillas que están en el piso, apague las luces, enciendan las linternas, ¡ahí viene!, ¿quién?
El hada del museo.
Esa noche llovieron pompas y gotas plateadas largas que no mojaban; los peces nadaron en el aire esquivando las luces de los niños que les apuntaban con las linternas; el vestido de novia quedó terminado; y Fernando festejó las gracias de los malabaristas sentado al lado de abril y de Sofía, mi otra hija, la de tres, que no necesitó invitación para tanta alegría.
Y cuando llegó el final, Fernando, el de la bicicleta gastada, y yo, el otro Fernando, porque así me llamo, volvimos a nuestros destinos con la panza llena de risa y algunos sándwiches de miga que repartieron Patricia y Cecilia. Del hada no sé que fue porque no la vi partir. Aunque supongo ahora, el día después, que se debe haber quedado en el museo con los payasos; la costurera; el viejo y el pollo que ahora anda suelto picoteando un maíz pintado.
Dedicado a Nora Zandrino quien abrió las puertas.
Fernando Alberto Baruj, padre de Abril de 6 años y Sofía de 3 años.
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